Ser Gay en Tiempos de la Autonomía


Por Edson Hurtado
El autor es periodista y escritor.



La historia de siempre

La lucha por el derecho y reconocimiento a la orientación sexual es una de las odiseas más largas y tortuosas que se hayan realizado en busca del respeto y la dignidad humana.

Desde los inicios mismos de la civilización hasta hoy, en pleno siglo XXI, los objetivos de los colectivos LGBT aún no pueden concretarse. Sus protagonistas, anónimos casi todos, siempre han resultado perdedores.

Pocos son los visibilizados y aceptados que a lo largo de la historia se han destacado como vectores de los destinos de la humanidad: el gran Alejandro Magno, Oscar Wilde, Virginia Wolf, Truman Capote, Frida Khalo o Freddie Mercury (Queen). Activistas o no, ellos son, ahora, reconocidos como grandes figuras independientemente de su orientación sexual.

En nuestros días, el exitoso actor estadounidense Ian Mckellen (X-Men, The Lord
Of The Rings) se ha reconocido públicamente gay y ha declarado la guerra contra la homofobia convirtiéndose así en un apasionado activista. Sin embargo, la inmensa mayoría, aquellos que se esconden en las catacumbas del aislamiento, aún continúan luchando la que pareciera ser su batalla final por la reivindicación.

Avances en el mundo

El contexto internacional nos muestra que los frutos alcanzados en materia de legislación de colectivos LGBT (Lesbianas, Gais, Bisexuales y Trans), aparentemente pequeños, son en realidad bases importantes que comienzan a cimentarse no solo en las políticas de los Estados del mundo, sino en la conciencia de la ciudadanía. El año 2006 se realizó la ‘Declaración de Principios de Yogyakarta’, cuyos consejos pueden servir de plataforma para aquellos Estados que quieran legislar la situación de los colectivos LGBT de sus países.En esa declaración se establece: “...todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Todos los derechos humanos son universales, complementarios, indivisibles e interdependientes. La orientación sexual y la identidad de género son esenciales para la dignidad y humanidad de cada persona y no deben ser motivo de discriminación o abuso”. Se muestra, también, la preocupación porque “en todas partes del mundo las personas sufren violencia, discriminación, exclusión, estigmatización y prejuicios debido a su orientación sexual e identidad de género (...) y podrían debilitar su sentido de estima personal y de pertenencia a su comunidad y conducen a muchas a ocultar o suprimir su identidad y a vivir en el temor y la invisibilidad”.
Ese mismo año, meses antes, en Ginebra, la ‘Declaración de Noruega’, respaldada por más de 18 países, expresa: “preocupación por las continuas violaciones a los derechos humanos... Los principios de universalidad y de no discriminación exigen que estos asuntos sean atendidos. Por ello instamos al Consejo de Derechos Humanos (de la ONU) a otorgar la debida atención a las violaciones de derechos humanos por orientación sexual e identidad de género...” La corriente democrática internacional, como la primera condena de las Naciones Unidas contra la discriminación hacia los gais, lesbianas y personas transgénero (en junio de este año), está tomando medidas y, aunque aún no están en la palestra principal, se discute y se reflexiona en torno a un tema que todavía no ha sido saldado.

¿Cómo estamos en el vecindario?

A nivel latinoamericano y a pesar de la resistencia de muchos sectores conservadores, hoy es posible ver bodas, uniones civiles y el reconocimiento de los homosexuales en México, Argentina o Brasil. El empoderamiento de espacios públicos y de eventos que aglutinan a una cantidad inmensa de personas, como las marchas del orgullo gay que se realizan en casi todos los países de la región, muestra que, paso a paso, el camino se va acortando. Más al norte, recientemente en Nueva York (EUA) se aprobó una ley que otorga a las parejas homosexuales los mismos derechos civiles que a las demás.

Como en la mayoría de los países latinoamericanos, socialmente en Bolivia este tema sigue siendo un tabú, aunque algunos hechos nos demuestran que hay avances considerables e importantes pese a que son aún muchos los casos de asesinatos, violencia y discriminación que sufren las personas cuya orientación sexual no encaja en los marcos normales de la sociedad. Bolivia se ha caracterizado por poseer una cultura conservadora, con un chip (para usar una palabra de moda) que tiene raíces occidentales profundamente religiosas.

Hasta no hace mucho, el Estado boliviano nunca prestó atención —como a muchas otras a cosas— a una parte de la sociedad que sigue viviendo en la clandestinidad, con el temor arraigado de expresarse y vivir como se siente y como quiere. y la oscuridad, entonces, ha sido refugio para quienes se ven obligados a amar en el anonimato.

El contexto político actual del país, que está permitiendo cambios estructurales en muchos ámbitos, ha tenido la certeza de cobijar a la comunidad LGBT. La Nueva Constitución Política del Estado, tiene muchos aspectos positivos y fundamentales. Por ejemplo, en el Art. 4 se ratifica la independencia entre Estado y religión, o sea que, el Estado laico de Bolivia “respeta y garantiza la libertad de creencias espirituales de acuerdo con sus cosmovisiones” contribuyendo así a cambiar la concepción pecaminosa que tiene la sociedad respecto a las diversidades sexuales y genéricas. En el tema de discriminación, el Art. 14, inciso II, dice explícitamente: “El Estado prohíbe y sanciona toda forma de discriminación fundada en razón de sexo, color, edad, orientación sexual, identidad de género, origen, cultura, nacionalidad, ciudadanía, idioma, credo religioso, ideología, filiación política o filosófica, estado civil, condición económica o social, tipo de ocupación, grado de instrucción, discapacidad, embarazo, u otras que tengan por objetivo o resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos de toda persona”. Este es quizás el apoyo más importante y se trata de un respaldo histórico, no sólo porque tiene pocos precedentes en el mundo, sino porque se constitucionaliza la penalización de cualquier tipo de discriminación hacia las personas gais, lesbianas, bisexuales y trans que viven y trabajan en el país.

La autonomía no tiene colores

Ya en el barrio, es decir, en nuestro departamento, la situación es más bien contradictoria y sigue siendo preocupante. Cuando en 2007 se redactaron los Estatutos Autonómicos de Santa Cruz, no se consideraron aspectos importantísimos que debían hacer de la lucha reivindicatoria un instrumento real de liberación, soberanía y libertad. Es decir, casi todo el texto —que después fue refrendado en el Referéndum Autonómico (cuya legalidad aún se discute)—, se concentra con demasía en aspectos administrativos, económicos y de competencias jurídicas más que en los Derechos Humanos mismos (y entre ellos, la igualdad de género o las diversidades sexuales). La concepción del nuevo modelo territorial y político olvidó, la humanidad de sus ciudadanos, a quienes únicamente se los trató como simples
cifras homogéneas sin distinción alguna.

Cuando se reunió la Asamblea Departamental Pre-Autonómica, no acudieron ninguno de los activistas que trabajan por los derechos del Colectivo LGBT en Santa Cruz, ni los —supuestamente— políticos progresistas de izquierda que alguna vez habían levantado la mano a favor de los diferentes. Ya sea por el miedo —ese fantasma que rige nuestra vida diaria— o por cualquier otra excusa, los Estatutos Autonómicos de Santa Cruz no mencionan en ninguna parte el respeto, la dignidad, la aceptación o la conciliación —sólo por decir algo—, de hombres y mujeres no heterosexuales, que vivimos y trabajamos en la ciudad y en las 15 provincias del departamento. Desde esa perspectiva, debe entenderse también que el ninguneo es también otra forma de discriminación.

Paradójicamente, Santa Cruz es una de las ciudades más amigables para las diversidades sexuales de todo el país. Existen al menos 5 ‘discotecas de ambiente’ —como se les llama—, unos 4 bares/karaokes, un par de choperías y hasta una ‘chichería’ a donde el conjunto de las diversidades LGBT acude para esconderse y ser, irónicamente, un poco más libres. Hay instituciones, como la Fundación Igualdad LGBT, que trabajan hace años dando talleres, acudiendo a reuniones, participando en redes inter-institucionales, haciendo o tratando de hacer incidencia política y apostando por que la realidad de los homosexuales en Santa Cruz cambie. Ya sea por el quemimportismo característico de nuestra ciudad, o por esa mala maña de ocultarnos la verdad a nosotros mismos (“Si sos, no lo digás”), cada vez se escuchan y se leen menos noticias relacionadas a crímenes de odio hacia gais, lesbianas, bisexuales o trans. O sea, como alguna vez me dijo María Galindo, “Santa Cruz es algo así como el paraíso gay de Bolivia”. Un espacio en donde es posible encarar a la sociedad y mostrarle la diversidad que ella misma posee. Pero siempre con cuidado, porque sabemos, y esto es innegable, que los temores intrínsecos del ser humano, impuestos por un lado por la religión y luego por la cultura occidental, salen a flote en formas violentas y descontroladas.

El camino está siendo construido y con seguridad falta mucho por recorrer. Un departamento con las características de crecimiento demográfico como Santa Cruz no debe cerrarse a que éstos matices socioculturales algún día deban ser discutidos, analizados y, por fin, aceptados.